sábado, 19 de mayo de 2018

El error de Arzalluz

Una parejita de enamorados, de los que se puede decir sin temor a equivocarse que son tal para cual, se va a vivir al campo. La vida rural atrae mucho según a quienes: ¡Qué descansada vida/ la del que huye del mundanal ruido/ y sigue la escondida/ senda por donde han ido/ los pocos sabios que en el mundo han sido!
Pues ya tenemos convertidos en sabios a esos dos cantamañanas que tienen más cara que espalda. Mientras tanto, Rajoy, o quien tenga esa misión, está esperando que la gallina, o sea Torra, ponga los huevos y diga cocorocó para llevarlo esposado a la cárcel, pero a lo mejor no los pone y la espera es en vano. Con un lacito amarillo, que significa que de ahí no se atreve a pasar, cree que cumple. Pero todos estamos esperando más de él, un acto heroico, algo, cualquier cosa que pueda preocupar a Mariano, que está muy cómodo fumando un puro.
Arzalluz se equivocó al decir que la raza vascongada es heptamilenaria. Pudiendo haber dicho quince mil, ¿por qué se conformó con siete mil? ¿Qué tiene el prefijo hepta que le atrae tanto?
O quizá fuera Sabino Arana y no el exjesuita. Pero, ¿qué mas da un malasombra que otro? Arzalluz, Arana, más o menos metieron la misma basura en sus oquedades craneanas. Y por ahí anda también aquel otro sujeto que ha dedicado su vida, de forma primordial, a su peinado. Estas cosas las trae, sin duda, la raza. Los demás no lo podemos entender.
Al otro lado del charco, en los Estados Unidos, un tal Aaron, demostrando que todos los nacionalistas están mal de la cabeza, ha montado un jaleo tan tremendo que ha trascendido a todo el mundo. Ha oído hablar en español y se ha puesto hecho una furia, como si fuera un Santiago Espot cualquiera, una Rahola, una Carrere, alcaldesa del pueblo maldito de Andoáin.

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