lunes, 9 de octubre de 2017

Todo un pueblo detrás

Hace veinte años, quizá veinticinco, conversaba con un catalanista valenciano y por algún motivo que no recuerdo critiqué a ETA. «Ah, no, no se puede criticar a un grupo que tiene a todo un pueblo detrás», me respondió.
Ahí se acabó, lógicamente, toda la cordialidad habida hasta el momento. Si una banda terrorista tuviera todo un pueblo detrás ese pueblo estaría podrido sin remedio. Es cierto que el pueblo vasco está podrido en gran medida, pero no lo está todo el pueblo, aún hay núcleos sanos, como Covite, tan odiado por lo filoetarras, por ejemplo.
El caso es que este catalanista valenciano había trabajado en una empresa cuyo requisito imprescindible para formar parte de su plantilla era ese precisamente. A pesar de ello, no había terminado de entrarle por el ojito al dueño y había perdido su empleo. Había visto que esa empresa tenía muy pocas ventas, pero a pesar de ello entraba mucho dinero en caja.
El asunto es ese, los nacionalismos pretenden anular a la persona y convertirla en parte de un pueblo. Todos de uniforme. Esto es muy molesto para cualquier ser humano, incluso los más acomodaticios tienen que sentirse abrumados.
Esa manera de violentar las voluntades de la gente que tienen los nacionalistas de cualquier parte, de querer obligar a los ciudadanos a que hablen en la lengua, o en el dialecto, que ellos, los nacionalistas, decidan es impropio de cualquier civilización que se precie, es volver a la tribu.
Ningún pueblo que goce de salud mental es homogéneo, porque incluso en una finca de diez, doce o catorce viviendas, cada familia es un mundo aparte.
No me extraña que los nacionalistas vascos miren con recelo las reacciones que ha suscitado la aventura loca de los nacionalistas catalanes, no vaya a ser que se produzca el efecto contagio y además de perder apoyo popular tengan que ver que Iberdrola vuelva a Valencia y el BBVA se cambie a Madrid.

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